6 de marzo de 2011

Detonantes

Siempre hay un detonante para hacerse la vida impensable: una película, un comentario, o una memoria que se cuela sin querer en el pensamiento de todos los días. Para mi hoy fue un recuerdo que no quiero olvidar, pero sí quiero menguar de alguna manera: los golpes. Esos momentos en que a merced de alguién mas te conviertes en nada. No me refiero a los golpes de la vida, creo que esos son inevitables, sino los que dan aquellos en los que mas confias ingenuamente. Hablar de ellos de forma pública en esta red de filamentos electrónicos requiere de cada uno de los gramos de adrenalina que pude recabar pero no puedo dejar de hacerlo. El drama y las lagrimas que han costado son parte vital de mi motor de no seguir en esa línea y por ende de escribir, y vivir, y sobrevivir. Hay una película por allí que se llama en inglés: "The divine secrets of the sisterhood of the Yayas" la veo y quedo en este estado tan desorientado que me encuentro hoy lidiando con mis propios golpes, con mis heridas y sobre todo en meditación constante sobre mi sanidad mental y el camino que le he dado a mi vida. No quiero repetirme con mis hijos, ni quiero convertirme en un ejemplo, ni quiero ser simplemente esa voz en mi cabeza. Tomo esa experiencia y a fuerza de golpe de tecla la he convertido en el motor de mi vida nueva, de esta que yo sola inaugure cuando decidi que los "otros" podian entrar en los pensamientos que hay en mi cabeza, o mejor en los sentimientos que me corren como hormigas en la piel.
No soy las voces en mi cabeza, y no necesito psiquiatra, solo necesito eliminarlas como un buen sicario, de golpe, sin ruido, pero de tajo. ¿Cómo? Diatriba. Ese es el problema. Todo lo que no se expulsa, todo lo que simplemente queremos obviar regresa a uno cuando no lo tratas adecuadamente, por ello para afuera. Me preocupan mis palabras, por los daños colaterales, pero ya no importa, nadie me puede golpear más.
Sé que tengo mucho de esto marcado, es una marca tan visible como la mordida de un perro, y yo tengo ambas, la del perro y la de sentirme asustada, la de verme encarando las cosas con la certeza inevitable que ocurrira lo peor. Pero no ocurre lo peor, ocurre lo contrario y me sostiene una mano con la cual llevo ya muchos años, que me ama, me conoce, me dice en el oido constantemente que soy un regalo para él. Inevitablemente debo sustituir las voces, a pesar del desafio, a pesar de morirse de a poco, y con profunda, modesta y absoluta convicción detonar mi nueva vida.