22 de febrero de 2013

Desconectada


Me siento desconectada, terriblemente atada al globo aerostático que me empuja de esta tierra, si alguien pudiera enchufar en mi cerebro un proyector creo que las imágenes serían más surrealistas que Dalí, el espejo colgado en la sala no sirve casi de nada porque lo que refleja es esta montaña inmensa de papeles a mi alrededor que acumulan esas miles de mentiras que nunca he dicho o las que he dicho hilvanando historias histriónicas de mi vida, y eso que dicen que Ricardo Arjona es el de las gran elocuentes palabras aunque creo que en el fondo es pura envida que les da a todos pensar que alguien pueda siempre hacer más que uno, quiero pintar, perderme en trementina y en ese opio casi punzante que son los ojos que derraman gotas coloridas de mis manos cortadas, rajadas y casi acuáticas, que montaña de cinismo la que me acompaña hoy mientras todos a mi alrededor son abrazados casi abruptamente por Morfeo, y no el de Matrix. Quiero un helado, pero que me lo compre mi padre mientras me pide disculpas por dejarme las manchas terribles en el inconsciente.  Mientras tanto el mundo se desgarra poco a poco, casi como morir por cortadas de papel, pequeñas y muy diminutas pero perdemos el alma en cada proceso. Alrededor caen luciérnagas que mueren en mis manos, se diluyen en mis pequeños hoyuelos las manchas del delineador que se corre con eso de siempre, mientras acumulo citas, fechas, vencimientos, facturas y otras trivialidades de la vida y esta se me escapa por las venas cortadas con los infames recuerdos de estrellas restregadas. No importa si tiene o no tiene sentido, es solo lo que es, es solo lo que funciona cuando permito que el inquilino del alma se asome a la ventana y se tire del balcón, quite los fierros, las rejas, los no, imposibles y otros miles de anillos restringentes como el de castidad que ya no se usa, pero no se cual es peor, si ese o la simple pobreza, no tengo nada que dar al mundo pero papeles con tinta negra, espacios en que se muere un poco más el tatuaje de mariposa y las mandarinas envejecen taciturnas en el molde de la cocina, no quiero hacer ningún punto, ni tener sentido, ni sentir que lo tengo, solo quiero que alguien me vea, que alguien oiga, no quiero desparecer en el infinito como las ranas de Costa Rica o como  mi padre entre el agua, sino ser uno en una búsqueda de google. Todo lo demás baja con un taza de café, o té, como prefieras las cosas duras, tragadas sin masticar entregadas con la brutalidad de la muerte de un niño, con la ferocidad de ver a los tuyos heridos, con la incompetencia que siento en todo lo que hago cuando el mundo grita más fuerte que yo la guerra, pobreza, miseria, hambre, destrucción, odio, ¿Quién existe entonces? Sino la punzante sensación de saberte pequeña, inmensamente pequeña ante cualquier decisión tomada, ante cualquier solución presentada.