3 de octubre de 2013

Funeral

Los funerales son para mí de las experiencias que tienen demasiadas aristas para pasar inadvertidos, especialmente este. El abanico de emociones es tan grande tan absurdo e intenso. Eso sí, fue el primero en que la viuda abiertamente me odia, razones debo aclarar son miles, muchas de ellas mi total y absoluta culpa en todas sus dimensiones; desde la abierta crítica hasta la incomprensión.  Con el que se fue, le debo una disculpa, no entendía sus motivaciones y me daba algo de miedo convertirme en él, se, sabia,  me persigue que tiene los mismos defectos que yo padezco. Hay muchas formas de llamarles, pero son heridas, que tratamos de curar o sanar o subsanar con vicios, dependencia, excesos, alegría aparente, pero en el fondo no son más que absoluta y total frustración. Lo sé, como que el día de hoy amaneció nublado, no es una percepción que me aleje de la realidad sino me acerca a ella, lo que no se deja salir, la energía del odio, el desamor, o la necesidad nunca satisfecha se acumulan hasta que te da un infarto o una derrota que te cuesta levantarte. Nunca llegaré a saber que le paso a Carlos, podre atisbar a su vida desde el umbral de la mía o el dolor que causa su muerte en O, el hombre que amo, al que me pregunto realmente cada día porque sigue conmigo, porque reticentemente acepta todos los defectos que tengo. Póstumo no se puede hacer absolutamente nada por ese ser que pasa a lo que tozudamente creo que es una mejor vida, y me pierdo, no sé si estoy hablando de él o del ser que más necesidades me dejo colgadas en la piel y las orejas.
La memoria es una de mis herramientas favoritas, ya se sabe la cognición de los procesos mentales que desencadenan una serie de conexiones neuronales donde se avecinan en casi secuencia cinematográfica los eventos del día. Tomo asiento de primera fila y aun que intento que verme desde allí, a veces el dolor me pega en la boca del estómago. ¿Qué es peor: ser amado a golpes o no amarte?
Las respuestas que quisiera darme, especialmente a ese otro yo en mi cabeza, son vacías e inocuas porque la avalancha de sensaciones permea hasta la más racional de mis acciones. Afuera de mí se ve todo el rencor acumulado en este peso que me cansa, me atosiga y me aferro a él como escudo protector del Capitán América.  Jorge me decía ayer que hay personas como duraznos, suaves por fuera pero que en el centro de ellas hay algo durísimo, que no cambia por más que le den golpes, lo dejen sin pulpa. No es mi caso, lo duro está afuera, está lleno de espinas críticas, filosos comentarios y el máximo escudo: saber. Sé, el funcionamiento de las dinámicas familiares, las emocionales, reconozco la mezquindad cuando la veo, el odio, la frustración, el completo espectro de los fantasmas humanos, porque yo soy uno de ellos.
Impera el orden, cada una de las constelaciones que me rodean tiene su caja específica, el estante de las conchas de mar y los pedazos de mi infancia están en botes, ordenados de mayor a menor, con etiquetas que deberían decir: por lo que no fui querida, por los golpes, por cuando me rompieron la nariz, por los gritos, por las madrugadas, por el total y absoluto abandono, por los olvidos, por las palizas. ¿y las cosas buenas? Egoístamente debo responder que me acuerdo de pocas, casi todas con sabores, de cebolla frita, o papas peladas, helado con melocotón, chocolate líquido, t-bones. Luego pregunto del porqué de esta adicción.
Nunca he regresado a ver su tumba, no me lo permite el instinto de sobrevivencia, porque eso hice yo, sobreviví, aferrada a lo que podía, casi con las uñas colgada de la poca humanidad que sentía por mí, si hubo algún te amo, o algún te quiero a destiempo, una disculpa o tan solo un estoy orgulloso de ti, nunca me lo dijo a mí, siempre a otros que no interesaban.  Desprecio agresivo de no ser lo que se requería, esa es la sensación velada de los años en que viví con él. Lo comparo ahora, el amor incondicional que habita mi vida me da el mejor marco de referencia para entender la carencia de eso: aceptarme o aceptarse. 
No debía empezar este recorrido así, pero las muertes me provocan recuerdos, espacios a los cuales volver por la inercia de lo que ya no se tiene,  ¿pero, yo nunca la tuve? Con este arsenal de cuchillos evado el más grande, atada a la mesa del lanzador de cuchillos ha lanzado casi todos pero la puntería le falla, algunos han pasado cerca, tan cerca que la rueda que da vueltas gotea sangre, no logro quitarme las ataduras, para parar esta rueda, lo veo sacar las navajas rusas, quiere pegar alrededor de la cabeza pero esta tan ebrio que sé va a fallar, una de las dagas pequeñas rasgo la atadura de la mano izquierda, a tiempo de poder moverme cuando las lanza, fue bueno moverme, la navaja cae a dos milímetros solo deje la oreja en la tabla.
Me baje de la tabla que da vueltas el día que confirmaron una pequeña vida que crecía en mí, ya no solo era yo. Ese evento cambio mi vida, no podía darle espacio a repetir las vueltas, era de alguna forma darle razón a todos los insultos: no eres nadie, nadie te ama, no vale la pena, nunca te van a amar, no lo mereces, no lo entiendes, no lo vales; no me baje, creo que me tire, de rodillas, quemándome el desastre que no podía, no debía repetir el circulo. Me amé de golpe, la presión que sentía en el vientre me recordaba todos los días que solo yo podía hacerlo por mí, por ella, por eso le puse sabiduría,  le puse vida, amante de lo desconocido, le di el único regalo que pude: alas. Ayer que me las enseño, después de ese funeral, fue lo glorioso del evento, la vi volar, elevarse en la destreza que sé que la acompañará, dice Albert Pine: “Lo que hacemos por nosotros mismos muere con nosotros, lo que hacemos por los demás y por el mundo permanece y es inmortal” yo lo digo de otra forma: lo que hacemos por nosotros muere con nosotros lo que hacemos por otro pasa a la eternidad y ella es la eternidad. Ayer me acompaña porque me hizo lo que soy, aquí sentada en la primera fila de lo que siento me recuerda que soy porque no fui.
Lo siento Carlos, los siento Blas, muertos como están los que quedamos no los olvidamos, aunque solo dejan de legado la estela de los vicios que no lograron dominar.