Los funerales
son para mí de las experiencias que tienen demasiadas aristas para pasar inadvertidos,
especialmente este. El abanico de emociones es tan grande tan absurdo e
intenso. Eso sí, fue el primero en que la viuda abiertamente me odia, razones
debo aclarar son miles, muchas de ellas mi total y absoluta culpa en todas sus
dimensiones; desde la abierta crítica hasta la incomprensión. Con el que se fue, le debo una disculpa, no entendía
sus motivaciones y me daba algo de miedo convertirme en él, se, sabia, me persigue que tiene los mismos defectos que
yo padezco. Hay muchas formas de llamarles, pero son heridas, que tratamos de
curar o sanar o subsanar con vicios, dependencia, excesos, alegría aparente,
pero en el fondo no son más que absoluta y total frustración. Lo sé, como que
el día de hoy amaneció nublado, no es una percepción que me aleje de la realidad
sino me acerca a ella, lo que no se deja salir, la energía del odio, el
desamor, o la necesidad nunca satisfecha se acumulan hasta que te da un infarto
o una derrota que te cuesta levantarte. Nunca llegaré a saber que le paso a
Carlos, podre atisbar a su vida desde el umbral de la mía o el dolor que causa su
muerte en O, el hombre que amo, al que me pregunto realmente cada día porque
sigue conmigo, porque reticentemente acepta todos los defectos que tengo. Póstumo
no se puede hacer absolutamente nada por ese ser que pasa a lo que tozudamente
creo que es una mejor vida, y me pierdo, no sé si estoy hablando de él o del
ser que más necesidades me dejo colgadas en la piel y las orejas.
La
memoria es una de mis herramientas favoritas, ya se sabe la cognición de los
procesos mentales que desencadenan una serie de conexiones neuronales donde se
avecinan en casi secuencia cinematográfica los eventos del día. Tomo asiento de
primera fila y aun que intento que verme desde allí, a veces el dolor me pega
en la boca del estómago. ¿Qué es peor: ser amado a golpes o no amarte?
Las respuestas
que quisiera darme, especialmente a ese otro yo en mi cabeza, son vacías e
inocuas porque la avalancha de sensaciones permea hasta la más racional de mis
acciones. Afuera de mí se ve todo el rencor acumulado en este peso que me
cansa, me atosiga y me aferro a él como escudo protector del Capitán América. Jorge me decía ayer que hay personas como
duraznos, suaves por fuera pero que en el centro de ellas hay algo durísimo,
que no cambia por más que le den golpes, lo dejen sin pulpa. No es mi caso, lo
duro está afuera, está lleno de espinas críticas, filosos comentarios y el máximo
escudo: saber. Sé, el funcionamiento de las dinámicas familiares, las
emocionales, reconozco la mezquindad cuando la veo, el odio, la frustración, el
completo espectro de los fantasmas humanos, porque yo soy uno de ellos.
Impera
el orden, cada una de las constelaciones que me rodean tiene su caja específica,
el estante de las conchas de mar y los pedazos de mi infancia están en botes,
ordenados de mayor a menor, con etiquetas que deberían decir: por lo que no fui
querida, por los golpes, por cuando me rompieron la nariz, por los gritos, por
las madrugadas, por el total y absoluto abandono, por los olvidos, por las
palizas. ¿y las cosas buenas? Egoístamente debo responder que me acuerdo de
pocas, casi todas con sabores, de cebolla frita, o papas peladas, helado con melocotón,
chocolate líquido, t-bones. Luego pregunto del porqué de esta adicción.
Nunca
he regresado a ver su tumba, no me lo permite el instinto de sobrevivencia,
porque eso hice yo, sobreviví, aferrada a lo que podía, casi con las uñas
colgada de la poca humanidad que sentía por mí, si hubo algún te amo, o algún te
quiero a destiempo, una disculpa o tan solo un estoy orgulloso de ti, nunca me
lo dijo a mí, siempre a otros que no interesaban. Desprecio agresivo de no ser lo que se requería,
esa es la sensación velada de los años en que viví con él. Lo comparo ahora, el
amor incondicional que habita mi vida me da el mejor marco de referencia para
entender la carencia de eso: aceptarme o aceptarse.
No debía
empezar este recorrido así, pero las muertes me provocan recuerdos, espacios a
los cuales volver por la inercia de lo que ya no se tiene, ¿pero, yo nunca la tuve? Con este arsenal de
cuchillos evado el más grande, atada a la mesa del lanzador de cuchillos ha
lanzado casi todos pero la puntería le falla, algunos han pasado cerca, tan
cerca que la rueda que da vueltas gotea sangre, no logro quitarme las ataduras,
para parar esta rueda, lo veo sacar las navajas rusas, quiere pegar alrededor
de la cabeza pero esta tan ebrio que sé va a fallar, una de las dagas pequeñas
rasgo la atadura de la mano izquierda, a tiempo de poder moverme cuando las
lanza, fue bueno moverme, la navaja cae a dos milímetros solo deje la oreja en
la tabla.
Me
baje de la tabla que da vueltas el día que confirmaron una pequeña vida que crecía
en mí, ya no solo era yo. Ese evento cambio mi vida, no podía darle espacio a
repetir las vueltas, era de alguna forma darle razón a todos los insultos: no
eres nadie, nadie te ama, no vale la pena, nunca te van a amar, no lo mereces,
no lo entiendes, no lo vales; no me baje, creo que me tire, de rodillas, quemándome
el desastre que no podía, no debía repetir el circulo. Me amé de golpe, la
presión que sentía en el vientre me recordaba todos los días que solo yo podía hacerlo
por mí, por ella, por eso le puse sabiduría,
le puse vida, amante de lo desconocido, le di el único regalo que pude:
alas. Ayer que me las enseño, después de ese funeral, fue lo glorioso del
evento, la vi volar, elevarse en la destreza que sé que la acompañará, dice Albert
Pine: “Lo que hacemos por nosotros mismos muere con nosotros, lo que hacemos
por los demás y por el mundo permanece y es inmortal” yo lo digo de otra forma:
lo que hacemos por nosotros muere con nosotros lo que hacemos por otro pasa a
la eternidad y ella es la eternidad. Ayer me acompaña porque me hizo lo que
soy, aquí sentada en la primera fila de lo que siento me recuerda que soy
porque no fui.
Lo
siento Carlos, los siento Blas, muertos como están los que quedamos no los
olvidamos, aunque solo dejan de legado la estela de los vicios que no lograron
dominar.