22 de julio de 2013

Historia se escribe con H de hilván



Tanta gente para extrañar a quien se fue, ayer fue un domingo literal de “familia”, fue una experiencia casi mágica con muchos matices de trágico, como una buena obra de Sófocles. Mi familia, entiéndase casi el concepto de el Padrino, es un clan de individuos que están convencidos que la sangre llama, y que debemos estar unidos por lo menos para que no cantinees a una chavita que termina siendo la hija del Tío Armando.  Reunión a las 13:00 horas, 14:32 en el sofá de mi casa me debatía entre el voy o el prospecto de una buena película en casa frente a 2 hermosas tazas de café de Huehuetenango y el saludar a casi 200 personas que tengo más de 10 años de no ver. Gano la curiosidad, de ver cuánto hemos cambiado, lo que no estaba preparada fue para la oleada que me invadió. Después de un recorrido sempiterno en todas las mesas, fui saludada por mi Tía Abuela favorita, tiene nombre de país: Argentina, pero ella es como un país, recibe a todas las almas descarriadas o perdidas que encuentran en su casa paz, eso encontraba allí instantes de absoluta quietud, canarios en sus jaulas que chirriaban los engranajes casi oxidados de mi concepto de hogar, me iba a verla cuando era adolescente solo para que me abrazará muy fuerte y me sentara en su comedor de arriba a platicar, ella sabía que estaba huyendo y fue una dama siempre en no preguntarme de que, aun que era casi obvio.
Luego pasaron, mas primos, tíos, sobrinas, sobrinos, primos en tercero, cuarto o quinto grado de consanguinidad, pero algo todavía nos unía de ADN; todos ya presentados pasaron a contar anécdotas de las cosas de nuestra infancia y tuve un momento dicotómico: ¿paso /nopaso?  Mi instinto de preservación impero en mi vocación de relator, no quería pasar a contar las veces que no estuvieron allí, o que no mencionaron a los hombres que me hicieron, tanto el biológico, como el que unió las piezas de mi cabeza después de los golpes, ambos importantes pero no están aquí. Entre cada uno de los pliegues de la garganta se me quedo atorado extrañar, cada ínfimo milímetro de ser que era esa persona que no conocí: mi padre. Hasta escribirlo es todo un acto de heroica estupidez, porque no existe nadie que te pueda hacer más daño que saber que no puedes arreglar algo con alguien que no está.
Oigo anécdotas que hilvano en un cuaderno para formar su figura, los amigos, las amantes, los amores, los otros, hasta mis propios hermanos y ese calidoscopio solo refleja trozos rotos de alguien que no conozco, alguien que no me amo así. Ya casi no tengo secuelas, mas por decisión que convicción, pero ayer fue abrir la compuerta de algunas cosas que no debía recordar.  No importa lo que Jung intente decirme, o lo que cualquier archivista de logros quiera convencerme, simplemente no encuentro la palabra precisa que lo perdone.  Se me acumulan las capas de prístinas memorias, sin contar las que confundo por las que invente, amor que nunca me tuvo, espacio que no me dio, los golpes, esos que todavía me duelen, insultos, palabras y culpas, su egoísmo en pasarme sus culpas, sus decisiones e incoherencias, nunca lo he odiado porque de alguna forma es odiarme, no solo llevo su sangre, genes, boca y talento, sino que también sus demonios.  Historia se escribe con H de hilván, y no lo puedo hacer no puedo hilvanar los eventos que terminen de tejer las transparencias y reflejos que arma la luz del calidoscopio, bueno  y malo siempre nos conviven, no me queda más recurso que la memoria para perfilarlo. Una noche después de discutir, pegarme  y mandarme a la cama, me levanto, eran las cuatro de la mañana creo, “no me gusta regañarte o discutir contigo” –me dijo. No me acurdo de nada más, y quisiera. Quisiera que mis memorias coincidieran con lo que se dice, que mi idea de su imagen fuese la que recuerdan otros, que recordarlo fuese más un paseo y no esta crucifixión.