19 de julio de 2013

De días, estados de enojo y otras cosas similares cuando llueve





Si llegará a una entrevista de trabajo estoy segura me preguntarían alguna de esas tontas preguntas: ¿Cuál es su mayor defecto? La respuesta, que no puedo decir a quemarropa en ese momento ya que evalúan realmente lo que no deben evaluar, la sé. Lo tengo aquí metida entre pecho y espalda. Debo describirlo a ver si la catarsis de las letras logra mantenerla guardado: tengo el carácter de un dragón, no el proverbial o los azucarados que vienen ahora en las caricaturas, verme enojada es estar ante esa estatua que tanto me cautivo en Berlín y no porque yo sea San Jorge, porque soy ese dragón, tengo una fuerza interior que es simplemente un ciclón, casi como un inmenso hoyo negro. No hay psicólogo que pueda tratarlo porque la verdad al verme ante el espejo matutino es que no quiero. Esa misma fuerza incontrolable es la que me permite a pesar de las críticas, crisis, malas ideas, o medios no a mi favor, levantarme.  Amo mi dragón interno, pero me da mucho miedo dejarlo salir, cuando lo hace quema todo a su paso, arrasa con estimas, amores, proyectos, amistades o simplemente situaciones beneficiosas para mí. No es una confesión en busca de absolución, esa solo me la puedo dar yo, todo lo demás es una quimera. Tengo una frase que digo muy frecuentemente: tu peor defecto es tu mejor virtud. La pasión por las cosas es mi mejor virtud pero es el yang de mi dragón.  Anoche llovió torrencialmente mojando mi trabajo de toda la mañana, mi alter-dragón que me habita se despertó incontenible y la arremetió contra lo más cercano, ¿podrá disculparme O? Esta parece precisamente la fábula de San Jorge y el dragón, pero O no me mata, solo lidia conmigo, con la infinita paciencia que le da el amor que me tiene, a veces solo por él me gustaría convertir mi dragón en un gato, o tal vez en un perro, o en cualquier otra cosa manejable para que lidiar conmigo no fuese  esa terrible batalla de espadas, egos, ideas o sinsabores. Así que lo llamo (cambio y  dragón fuera), aquí viene lo peor la resaca de convertirse en dragón, cuando ante las cenizas de lo que deja mi fuego me toca limpiar, recoger los pedazos fragmentados, las promesas rotas, los instantes perdidos, cuando desde el otro lado de la línea me dice: no te preocupes mi amor, ya te conozco. Entonces casi momento hollywoodense, me parte un rayo de luz en medio y ese terrible dragón se sienta a teclear esta larga, casi longeva e interminable disculpa porque aun que hoy está bajo control sé profundamente, sé, que ese dragón sigue allí, esperando que algo lo deje salir. Perdóname O.