8:08 es mi
hora y a pesar de que el escritorio grita papeles, los niños no se han bañado y
el mundo sigue girando es mi hora de sentirme. Es hora de verme en el espejo más
duro que tengo, los años que han pasado y los sueños que tengo en botes de
caracoles, o borradores. Mi oficina es una amalgama de colores, cosas que solo
yo entiendo y conozco, las cosas llenan todos los espacios, el suelo, el techo,
las ventanas, cada rincón que tengo se
me trasluce como el alma. Se me acerca Alberto y me dice si quiero un pedacito
de cielo, casi le creo, pero era un cementerio, mi pedazo de cielo está en otro
lado, el cual trato que no se me escape por las manos, el cual intento que a pesar
de los años, el tiempo y los embates de la vida siga intacto. Sigo pensando que
no es vital la mañana pero lo es, especialmente en diciembre cuando el paso del
sol se me atora en el quicio de la reja. Hoy entiendo el hambre, las ganas y
los deseos que no puedo satisfacer, lo que se me duerme en el paso del tiempo.
Vivir nunca
ha sido complicado, lo complicado es pensar o vivir plenamente. J me pregunta
que hay más allá de la vida, se la respuesta: sueños. Más allá de la vida,
cuando llegamos a esa otra dimensión que queremos bautizar como cielo, están el
como hicimos nuestros sueños, como construimos las imágenes que están
profundamente vinculadas a nosotros, así que me dedico a hacer mi cielo. Lo que
haces todos los días, los momentos que tendrán replay, o esos otros que
seguirán una y otra vez, como un disco rayado en tu mente, serán aquellos que
valiera la pena recordar. Tengo una lista interminable de cosas maravillosas:
las manos suaves y pequeñas, las mañanas de panqueques, el sol de las 5:00 en
invierno, la lluvia pertinaz un domingo, el olor de tierra mojada, las plantas,
el ronroneo de Adrián, el hocico mojado de Bigotes, el título, las escamas, los
libros, cuadros, pinturas, el sol verde de S, y el chocolate, son solo algunas
de las miles de maravillas que yo sé una y otra vez programaré en mis sueños.