8 de agosto de 2012

Imprecaciones e Insultos


Mis peces se están muriendo aun los virtuales, y esta computadora nueva ha hecho un poco de locura en mi cotidiana historia. Tengo mucho tiempo de no escribir y lo debo hacer, no solo porque la vida se me va en ello sino porque esta maldita herida se abre cuando no la curo con palabras. Las palabras tienen el efecto de cualquier alucinógeno, a cualquier buen antidepresivo, pero hoy sobre todo tienen matices de cordura, la cual la veo huir con las imprecaciones. Nunca he reparado o escrito algo sobre los insultos, tal vez alguién en la literatura de lo sádico lo haga, pero a mí me apetece hoy por el desgarrón que tengo entre el ego y el estado natural de  sobriedad. No importa el tiempo que pasa o los veces que alguien lo haga, sigue doliendo, duele tanto que si no lloras se agrian y se pudren, así que es mejor sacarlos ¿Cómo se pelea con un oso enojado aunque sea azul? Me robó tanto su odio y me sigue robando, me saca de mí, se mete en mí y me deja como hoy hecha un guiñapo, sin poderle decir nada, sin que se me ocurra alguna de esas cosas inteligentes que se deben decir cuando alguien simplemente te insulta. Creo que también duele porque algo de lo que te dicen te lo crees, algo que te dice esa voz esta tan enraizado en la ciénaga de tí que crece y se multiplica y por ello te desmorona, pedazo a pedazo; meto el dedo en la abertura recién abierta de mis venas y extraigo coágulos de destrozos, recuerdos encapsulados en vidriosas burbujas rojas, horas ante la silla de un comedor en la madrugada con el aliento etílico supurando odio y desprecio, jornadas silenciosas de palabras hacia mí pero no hacia los demás, lentas recuperaciones en cuartos blancos llenos de inmensa soledad, y ese muro infranqueable de la razón por sobre todas las cosas que te caracteriza por donde vas. Me haces pedazos, y lo disfrutas, disfrutas arrancarme el poco amor que me tengo a mi misma con las frases trilladas de siempre, nunca, jamás. No me ves, ves lo que fui, lo que pude ser, pero no ves nada de lo que soy, de lo que realmente soy, no, la versión de ti que está en mi gritando desde siempre lo pequeña e inútil que soy. Así que te destierro, quiero desterrarte para siempre, quiero que lo que dices no importe, que lo que hagas no trascienda, que lo que dueles no me pese, y que lo que piensas de mí, no me cale hasta el cerebelo de la acción que me deja sin hacer nada.