Mis
peces se están muriendo aun los virtuales, y esta computadora nueva ha hecho un
poco de locura en mi cotidiana historia. Tengo mucho tiempo de no escribir y lo
debo hacer, no solo porque la vida se me va en ello sino porque esta maldita
herida se abre cuando no la curo con palabras. Las palabras tienen el efecto de
cualquier alucinógeno, a cualquier buen antidepresivo, pero hoy sobre todo
tienen matices de cordura, la cual la veo huir con las imprecaciones. Nunca he
reparado o escrito algo sobre los insultos, tal vez alguién en la literatura de
lo sádico lo haga, pero a mí me apetece hoy por el desgarrón que tengo entre el
ego y el estado natural de sobriedad. No
importa el tiempo que pasa o los veces que alguien lo haga, sigue doliendo,
duele tanto que si no lloras se agrian y se pudren, así que es mejor sacarlos
¿Cómo se pelea con un oso enojado aunque sea azul? Me robó tanto su odio y me
sigue robando, me saca de mí, se mete en mí y me deja como hoy hecha un guiñapo,
sin poderle decir nada, sin que se me ocurra alguna de esas cosas inteligentes
que se deben decir cuando alguien simplemente te insulta. Creo que también duele
porque algo de lo que te dicen te lo crees, algo que te dice esa voz esta tan
enraizado en la ciénaga de tí que crece y se multiplica y por ello te
desmorona, pedazo a pedazo; meto el dedo en la abertura recién abierta de mis
venas y extraigo coágulos de destrozos, recuerdos encapsulados en vidriosas
burbujas rojas, horas ante la silla de un comedor en la madrugada con el
aliento etílico supurando odio y desprecio, jornadas silenciosas de palabras
hacia mí pero no hacia los demás, lentas recuperaciones en cuartos blancos
llenos de inmensa soledad, y ese muro infranqueable de la razón por sobre todas
las cosas que te caracteriza por donde vas. Me haces pedazos, y lo disfrutas,
disfrutas arrancarme el poco amor que me tengo a mi misma con las frases trilladas
de siempre, nunca, jamás. No me ves, ves lo que fui, lo que pude ser, pero no
ves nada de lo que soy, de lo que realmente soy, no, la versión de ti que está
en mi gritando desde siempre lo pequeña e inútil que soy. Así que te destierro,
quiero desterrarte para siempre, quiero que lo que dices no importe, que lo que
hagas no trascienda, que lo que dueles no me pese, y que lo que piensas de mí,
no me cale hasta el cerebelo de la acción que me deja sin hacer nada.